Instantáneas de California: cafeterías en Mision, el bosón de Higgs para tontos y el hombre más peligroso de América

Instantáneas de California: cafeterías en Mision, el bosón de Higgs para tontos y el hombre más peligroso de América
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El barrio de La Misión de San Francisco es el epítome de lo moderno, lo bohemio y lo alternativo. Es decir, de lo hipster. Donde te miran mal si te olvidas la bolsa de tela para ir al mercado ecológico. Y, si bien no soy muy amigo de las gafas de pasta, he de reconocer que La Misión es un lugar perfecto para mí. O mejor dicho: para mis costumbres.

No solo por las librerías o las tiendas de cosas originales, sino por sus cafeterías, que son lugares que frecuento para escribir o leer, a modo de bibliotecas con ruido de fondo. Precisamente en una de ellas, en la calle Valencia, estuvimos toda la tarde charlando. Enchufe individual, ambiente bohemio, silencioso, buen café, sofás orejeros, mesas individuales. No me miréis raro: años ha, los cafés eran centros de autoeducación, de innovación literaria (en el club Cabaret Voltaire nació el dadaísmo) e incluso de agitación política (la Revolución francesa de 1789 se fraguó literalmente en el Café de Foy).

Cuando localizo una cafetería para aposentarme, sencillamente busco un par de estos tres de requisitos: que no tenga la televisión a todo trapo, que no me miren suspicaces si me paso dos horas tecleando en mi portátil con cara reconcentrada y que, a ser posible, haya un enchufe para el portátil. Pues las cafeterías de la calle Valencia, sobre todo en Mission Creek Cafe, se cumplen con esos requisitos con creces.

Tras una buena conversación cafeínica, salimos a la calle. La parte superior de las casas quedaba difuminada tras una niebla espesa. Llovía. Una lluvia finísima, agradable. Avanzábamos con paso muelle en dirección a casa de unos amigos. Y, por el camino, se nos unió otro amigo madrileño que estudiaba en Berkeley. Os aseguro que un postdoc de la Universidad de Berkeley te aclare con buenas analogías qué diablos en el bosón de Higgs no tiene precio.

Como este no es un blog de ciencia sino de viajes, no profundizaré en este tema tan complejo de la mecánica cuántica. A quién le interese un poco, eL LHC para tontos. De todas formas, seguro que os suena el tema: la partícula divina, el acelerador de partículas del CERN, uno de los mayores proyectos científicos de la historia, etc.

Nos dirigimos a casa de Chris, novio americano de otra amiga que está cursando el doctorado de Filosofía en Berkeley. Era una casa grande y lujosa, y en consecuencia cara. Muy cara. Tanto es así que la casa estaba compartida por cinco personas, y cada uno de ellas pagaba entre 1.000 y 1.500 dólares por una habitación. Tenía jardín, eso sí, el típico jardín trasero con barbacoa y luces navideñas colgando del porche. En la pared, una fotografía firmada de un concierto de ZZ Top, una de mis bandas favoritas.

Berkeley está al otro lado de la bahía, y en esta universidad, allá por los años 1960, se produjo una macedonia cultural que contenía melocotón… digo… hippies desertores de Haight-Ashbury, yippies del Youth International Party, feministas, gays, pacifistas, panteras negras, orientalistas y uno de los personajes cuya biografía siempre me ha fascinado más: Timothy Leary.

Una extraña criatura del movimiento contracultural de los años 60, del que os hablaré otro día, cuando visitemos el Vesubio y City Lights Books, dos iconos de la beat generation de San Francisco. En palabras de Richard Nixon, Leary era el hombre más peligroso de América. Así que ya os podéis imaginar.

Si no me creéis, os recomiendo su autobiografía Flashbacks.

En Diario del Viajero | Instantáneas de California
Fotos | Sergio Parra | Gku

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