Embajada Samarcanda. Turquía. Mar Negro.

Embajada Samarcanda. Turquía. Mar Negro.
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Este viaje está siendo un regreso y un reencuentro. Es como asomarme a un espejo. Lo que veo me sorprende. Más de lo que imaginaba. Pensé que al ser terreno conocido no me impresionaria. Y lo hace. Pero más me impresiona lo que me está pasando, lo que veo que sucede en mi interior al recuperar los recuerdos de los extraños días que viví hace cuatro años. Cuando salí en marzo de España ya sabía que recorrería la misma ruta que hice en 2009. Entonces marché sin apenas experiencia hacia el Este atravesando Ucrania y Rusia y cuando topé con la frontera china, regresé por la Ruta de la Seda uzbeca. De la kazaja ciudad de Almaty viajé a la capital de Uzbekistán, Tashkent, y desde allí inicié el viaje de regreso al Oeste visitando Samarcanda, mi destino actual, Bukhará y Nukus. Luego salté a Kazajstán recorriendo una agreste pista que me llevó a Aktau, a orillas del Caspio.

Crucé el gran lago salado en un horrible barco que me postró derrengado en Bakú. Crucé Azerbaiján, penetré en Georgia, donde me encuentro ahora mismo, cuatro años después, y una vez en Turquía bordeé la orilla del Mar Negro hasta Estambul. O sea, estoy repitiendo kilómetro por kilómetro el mismo viaje pero al revés, y casi un lustro más tarde. Algunas cosas permanecen, como Semra y el Puente del Bósforo. Otras se han extinguido o mudado o directamente desaparecido como la gigantesca estatua de Stalin en Gori, donde ahora estoy escribiendo estas líneas. Me alojo en un hotel que parece un castillo abandonado . Creo que soy el único huesped en el enorme edificio vacío. El balcón está abierto y solo rompen el silencio de mi dormitorio el teclear en mi portátil y las bocinas de los Mercedes Benz robados que hacen de cortejo a una gran boda georgiana.

Sin embargo, lo que realmente he echado de menos ha sido el verde. El color verde que tenía el mar Negro cuando lo vi por primera vez. El recorrido por el Mar Negro de Samsun a Batumi me demostró que el recuerdo no siempre coincide con el pasado. La nostalgia me está traicionando y la experiencia puede resultar desoladora. Desde hace tiempo sé que la nostalgia es solo el recuerdo tamizado por la emoción y que dependiendo de la intensidad emocional que uno aplique, el recuerdo coincide más o menos con la realidad pasada. Es como esas viejas calcomanías que se difuminan y estiran sobre la piel hasta no conservar del primitivo dibujo sino una grotesca aproximación a lo que fue. El Mar Negro es ahora para mí una calcomania de lo que fue. Yo tenía este tramo como uno de los más bellos de mi viaje realizado en el 2009 y hoy me parece un horroroso coñazo, una interminable autovía. Y el mar que otrora me hiciera casi llorar de emoción es solo una plana balsa que me queda lejísimos, a cuatro carriles y toda una mediana de acero a mi izquierda.

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Casi no lo veo sino como un plomizo horizonte sin cresta ni relieves. Nada queda del verdor que tanto me impresionara cuando lo vi por primera vez. Y es que el Mar Negro siempre ha sido verde para mí. Así lo describí en el 2009. “La carretera serpentea por la ladera de la montaña que cae sobre el mar. El horizonte está nublado sobre las colinas y el agua reluce esmeralda. El Mar Negro es verde, de un verde inequívoco. Es un espectáculo increíble.”

No me lo invento. Tan verde era que le hice una foto. Mi cámara de entonces era bastante mala, pero los colores no mienten. Sin retocar, se ve en la instantánea que el agua refulge verde. Afortunadamente esa foto me recordará siempre que no solo fue la emoc

ión de verme ante un nuevo mar y que su gris tono de hoy no es culpa de la nostalgia. Ese verde de la foto demuestra que el pasado tal y como lo recuerdo fue real.

Fotos:

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