La ciudad ideal para tomar un café a medida

La ciudad ideal para tomar un café a medida
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Para alguien que se dedica a juntar letras, como un servidor, las cafeterías son lugares casi sagrados (las bibliotecas, esos mausoleos de silencio, no permiten que me concentre como es debido: siempre necesito del runrún de la humanidad de fondo). Además, la cafeína, a pesar de ser legal, a mí me funciona como inductora de ideas y espoleadora de la creatividad. Es meterme en vena una dosis de cafeína, y zas, en unos minutos ya me salen las palabras solas, tanto las escritas como las habladas.

Cuando localizo una cafetería para aposentarme, sencillamente busco un par de tres de requisitos: que no tenga la televisión a todo trapo, que no me miren suspicaces si me paso dos horas tecleando con cara reconcentrada y que, a ser posible, haya un enchufe para el portátil. Incluso puedo tolerar que le café no sea especialmente bueno, como el de la cadena Starbucks.

En España, con tanta tradición de cafés, sin embargo, no hay demasiados establecimientos que reúnan estas condiciones. Por eso suelo añoro lugares como el Elephant House, en Edimburgo, donde J. K. Rowling escribió Harry Potter. Incluso te entregan papel y lápiz, por si os viene la inspiración.

O el White Horse Tavern, de Nueva York, un café literario que en su día fue frecuentado por Allen Ginsberg, Jack Kerouac y otros integrantes de la Beat Generation, de los que os hablaré más largo y tendido en la crónica de mi viaje a California, que ando publicando estos días. Y sin dejar California, imposible de olvidar el Heinold´s First and Last Chance Saloon, de Oakland, un lugar que era frecuentado por Jack London y que fue construido por viejas maderas de un barco ballenero.

Pero volvamos a España. Si hemos de decantarnos por un lugar donde tomar café se ha convertido en un conocimiento preciso y taxonómico de las proporciones del mismo, ese lugar es Málaga. Concretamente el mítico Café Central, en la Plaza de la Constitución, número 11.

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Y es que en Café Central se concibió una nomenclatura para designar nueve tipos de café que, finalmente, ha cristalizado en la acervo popular de la ciudad. Los nombres, en orden creciente de leche, son los siguientes: solo, largo, semilargo, solo corto, mitad, entrecorto, corto, sombra y nube. El décimo es un chascarrillo: no me lo ponga. O sea, ni café ni nada.

Al parecer, tenían que encontrar un número par para que encajara en el cartel que los tipos de café disponibles que domina el local.

En Diario del Viajero | Las mejores cafeterías de Nueva York
Fotos | Flickr | Café Central

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