La llamada de África: Alejandría, la ciudad de Alejandro Magno

Si hace unos días nos encontrabamos en "La llamada de África" descubriendo el sur y final de una de la rutas míticas que atraviesan el continente, hoy viajaremos al otro extremo, al norte, a una de las puertas de África con más historia. En las siguientes líneas comienza nuestra inmersión en la ciudad de Alejandro Magno, Alejandría.

Alejandría abre sus brazos al Mediterráneo, se alimenta de sus aguas, se muestra indomable y a la vez indulgente. Alejandría tiene cuerpo de conquista y alma de mujer. Te atrapa en el vaivén de la cadencia sonora de las olas en la bahía, se esconde tras las esquinas y emerge en el saludo caluroso de sus gentes como un espíritu abierto, cálido y comprensivo.

Centro de la cultura griega en la época helenística. Tan grandiosa llegó a ser que la denominaron Alejandría ad Aegyptum, es decir, "Alejandría que está cerca de Egipto", quitando importancia al resto del país.

Y fue sin duda una verdadera plataforma giratoria comercial y el lugar de mayor intercambio de ideas entre África, Asia y Europa.

Alejandría hoy es una urbe cosmopolita y permisiva, añeja y a la vez renovada. Es una ciudad en movimiento constante. Acepta al visitante como vecino y no se extraña de su llegada. Le recibe e invita a quedarse un tiempo entre sus gentes.

Hoy ya no descansa sobre el horizonte su gran y legendario faro, ni reposan entre las estanterías de su biblioteca, la más grande del mundo antiguo, volúmenes milenarios. Hoy las guías de viajes la dejan de lado, señalando que poco queda ya de su esplendor pasado. ¿Pero qué esplendor busca el turista? ¿Tan sólo el de los monumentos bien conservados?, ¿el del hotel bien acondicionado?

Alejandría es espíritu, es un sentimiento que se enreda dulcemente en el recuerdo tras haberla visitado. Mientras el Cairo te agita, Alejandría te agasaja.

Personalmente disfruto mucho de aquellas ciudades que me invitan a tener cierta rutina en ellas. Aquellos lugares donde podemos sentir que pareciera que llevásemos allí mucho tiempo. Pasear a diario por la bahía, haciendo de ello una costumbre placentera. Por las mañanas, como si de un ritual se tratase, dirigirnos a una de las innumerables pastelerías a degustar cada día un dulce diferente.

Fresa con melocotón, trufa con chocolate blanco, merengue alejandrino con azúcar tostado, ¡delicioso! Seguidamente nos podemos refrescar en un local cercano con zumos naturales de caña de azúcar, de naranja, de mango y otras frutas exóticas. Todo ello bajo un clima distendido y a unos precios muy asequibles para un europeo.

Quedan algunos monumentos históricos que destacar entre sus calles, casi todos de la época romana. Las catacumbas, el anfiteatro, la columna de Pompeyo… De la biblioteca de Alejandría cabe resaltar algunos volúmenes que se exponen y su diseño arquitectónico vanguardista. La gran mezquita gobierna las vistas de la bahía.

Pero Alejandría es mucho más. Sus gentes no están tan acostumbrados a los viajeros como en otros lugares de Egipto. Quieren entablar conversación contigo, sienten curiosidad por tu presencia y les invade una gran alegría cuando atiendes a sus gestos.

Alejandría nunca perderá la grandeza de su fundador.

Imágenes | Víctor Alonso y Juan Pedro Mora En Diario del Viajero | La llamada de África En Diario del Viajero | El Oasis de Siwa: rincones ocultos de Egipto

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