Instantáneas de California: ferry desde Sausalito para visitar al adivino mecánico Zoltar

Como os explicaba en la anterior entrega de este monográfico sobre California, después de visitar el exquisito pueblo de pescadores de Sausalito y probar un exquisito (valga la redundancia) almuerzo en Fred´s, tomamos un Ferry que parte desde allí hasta el Pier 39 del Fisherman´s Wharf, en San Francisco. El viaje es una estupenda manera de regresar a la ciudad, porque, de paso, tienes unas vistas privilegiadas del Golden Gate y de la prisión de Alcatraz, La Roca.

El ferry también permite embarcar bicicletas, pues son muchos los sanfranciscanos que llegan a Sausalito a dos ruedas, atravesando el Golden Gate, y regresan por la tarde en el ferry, para pasar el resto del día en el Fisherman Wharf.

El Golden Gate, desde el ferry, tiene aspecto de postal. Fue construido en 1937, y entonces se forjó la fama de mero capricho de millonario: realmente el puente no conducía a ningún sitio sino que enlazaba la ciudad con una zona escasamente poblada, Marin County. Tiene 2,7 km de longitud, y es el tercer puente más largo del mundo de un solo vano, sujetado con unos cables suspendidos de torres que se alzan 227 metros sobre el nivel del mar. A lo largo del puente también hay dispuestos teléfonos de la esperanza para disuadir a los posibles suicidas (al parecer, el Golden Gate es uno de los puentes desde los que se suicida más gente de todo el mundo).

Llegar al Fisherman´s Wharf es como desembarcar en una especie de Disneylandia de pequeñas proporciones. Este muelle es como un parque temático atestado de tiendas singulares, restaurantes y otras opciones de ocio, todo ambientando como si se celebrara alguna fiesta local. Por supuesto, hay mucha gente. Según la hora, incluso, puede llegar a ser un poco agobiante.

Hay espectáculos de magia, letreros iluminados, puentes de madera, un tiovivo… y en los alrededores, decenas de leones marinos tumbados cuan largos son para tomar el sol. Algunas de las tiendas, además, son temáticas: una específica de chucherías, otra de imanes, otra de botones… En definitiva, horas y horas para hacar shopping.

Especial mención merece una tienda dedicada al séptimo arte. En ella, además de toda clase de merchandising relacionado con el cine, podéis encontrar afiches, carteles y pósters de películas firmados por sus actores o director. Los precios, eso sí, son prohibitivos: entre 300 y 6.000 dólares. Por ejemplo, una foto firmada de Daniel Radcliffe ataviado de Harry Potter costaba 695 dólares. El afiche más curioso fue el de Depredador. Bueno, en realidad del actor que iba disfrazado de Depredador en la película del mismo título. Un actor al que nunca le vemos el careto en todo el metraje, así que debemos hacer algo así como un salto de fe para comprar su cartel. Por si os interesa, la tienda se llama Antiquities of California: America´s Memorabilia Store.

Esta tienda también exhibe un símbolo muy cinematográfico que, en gran parte, fue el motivo de que estuviéramos en aquel muelle. En la entrada de la tienda se encuentra la máquina de Zoltar que aparecía en la película Big, protagonizada por Tom Hanks. Ya sabéis, aquel adivino mecánico que te entregaba una tarjeta tras introducir una moneda.

Como estaba perfectamente operativa, introdujimos un billete de un dólar en Zoltar, esperando que cumpliera todos nuestros deseos. Y no pasó nada. Ni magia potagia ni nada. Bueno, sí pasó algo: Zoltar hablaba, se movía, pero ¿y la tarjeta? ¿Dónde estaba la dichosa tarjeta? ¿Aquello era un timo para cinéfilos? Al parecer, la máquina sufría una avería y las tarjetas estaban atascadas en su interior. Solicitamos la asistencia de una vendedora de la tienda, que abrió ante nosotros las entrañas de la máquina e, inevitablemente, rompió un poco la magia de Zoltar: una asiática acuclillada, rebuscando en las tripas de la máquina, no resulta especialmente cinematográfico.

Allí había muchas tarjetas atascadas porque, al parecer, muchos otros usuarios habían introducido unos dólares sin preocuparse de que Zoltar no soltara prenda. De modo que la amable chica nos entregó una tarjeta de Zoltar a cada uno de nosotros, a pesar de que solo habíamos introducido un dólar. Bien, para ser justos, lo que pasó realmente es que la chica dio por sentado que habíamos introducido un dólar cada uno de nosotros. Y digamos que nosotros no lo negamos taxativamente.

Ahora guardo con mucho cariño mi tarjeta de Zoltar (técnicamente entregada por una asiática), entre las páginas de mi diario de viaje. Además de adivinarte el futuro, en la tarjeta figuran tus números de la suerte, algo así como los números de Perdidos.

Terminamos la maratoniana jornada tomando un café en Caffe Trieste (609 Vallejo Street), local bohemio por antonomasia al que acudían personalidades como Francis Ford Coppola. Hacen unos de los mejores Espresso de San Francisco, y doy fe de ello. Aquí siempre hay gente escribiendo (y además hay WiFi gratis), y desde 1950 tienen una máquina de discos de ópera que aún suena para deleitar los oídos de la artística clientela. Aquella tarde, un espontáneo se arrancó con la guitarra flamenca. Lo juro.

En Diario del Viajero | Instantáneas de California Fotos | Sergio Parra

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