Uno de los mitos más extendidos, que seguro que ha llevado a muchos viajeros a tirar de la cadena una y otra vez, o quedarse como un tonto mirando el sumidero del fregadero o el lavamanos, es que en el hemisferio sur, el agua se marcha dando vueltas revés de cómo lo hace en el hemisferio norte.
De hecho, es un mito tan arraigado que muchos viajeros afirman que, en efecto, el agua gira al revés según en qué lugar del mundo se encuentren.
Sin embargo, siento ser como el pitufo gruñón que os chafa la fantasía, pero que el agua del sumidero gire de una u otra forma nada tiene que ver con el punto geográfico en que nos encontremos. No importa que tiremos de la cadena en Australia o en Svalbard.
Y ello tiene una parte de verdad: de hecho, los cuerpos se comportan de esa manera precisamente gracias al efecto Coriolis, bautizado así como Gaspard Gustave de Coriolis, el ingeniero y matemático francés que describió por primera vez el efecto en el año 1835.
El efecto, de hecho, es tan real que influye en el programa de las trayectorias de los aviones, para no desviarse del rumbo fijado. Los soldados de artillería también deben hacer una pequeña corrección cuando disparan los cañones si pretenden tocar un objetivo que se encuentra a más de 100 metros de distancia.
Para comprobarlo, basta con mirar distintos lavabos de tu misma ciudad, o incluso de tu misma casa, y comprobarás que algunos giran hacia un lado, y otros hacia el otro.
Al margen de esto, en 1961, la revista Nature publicó que el doctor Ascher Shapiro, al norte del Ecuador, había detectado el efecto Coriolis en experimentos que demostraron que el agua corrió en sentido antihorario al salir de un tanque de dos metros de ancho. En 1965, un equipo de la Universidad de Sidney dirigido por Lloyd Trefethen repitió el experimento al sur del Ecuador y halló, en efecto, que el agua salía girando en el sentido contrario.