Postureo viajero: cómo desmarcarse de la etiqueta de “turista”

Con motivo de la celebración del Día Mundial del Turismo, que tiene lugar hoy 27 de septiembre, me apetece hacer una confesión: me considero turista y viajero. Las dos cosas por igual. Según la RAE (y yo soy muy de la RAE) la diferencia entre estos dos términos es nimia. Viajero es simplemente la persona que viaja, aunque también aquella que relata su viaje, y turista es aquel que viaja por placer. Sin más.

Pero luego, hay mucha gente empeñada en ensalzar la palabra “viajero”, identificándola con una serie de valores bohemios y románticos, y de enfrentarla al término “turista” al que añaden numerosos matices negativos. Así, el postureo viajero ha convertido la palabra "turista" en algo peyorativo (“¿Hacer cola para subir a la Torre Eiffel? ¡Eso es de turistas!”) y ha tratado de lavar sus complejos asimilando la figura del superhombre que está moralmente por encima del resto de los mortales por el simple hecho de viajar un poco tirado.

Es una tónica general entre los bloggers de viajes, pero que se extiende entre muchos turistas-viajeros que tratan de diferenciarse los unos de los otros. Quizás sería más sensato distinguir entre los turistas invasivos de los respetuosos, pero eso va más con la condición humana de cada uno que con la forma en que viaja. Así, os propongo revisar los tan ridículos presuntos postulados del viajero guay para descubrir si sois uno de ellos o si, en cambio, sois como yo tan turista como viajero.

Qué ver

Un viajero siempre intentará hacer su propia ruta, porque como decía Machado, “caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. Así que le importa poco que otros periodistas (y viajeros) hayan estado en su destino antes y hayan recopilado en guías de viaje los lugares más interesantes para que no se los pierda. Él deberá ir por su cuenta, a contracorriente, sin ataduras, y saltarse al menos dos de cada cinco puntos imperdibles de cada lugar.

Porque el viajero no cree en la Lonely Planet y le sale urticaria cuando le acercan un libro que proponga ver “Roma en 2 días”. Verá, sin embargo, barrios “auténticos” del extrarradio donde olfateará la verdadera esencia de la ciudad. Él, por ejemplo, si viaja a Madrid probablemente prefiera pasear por Usera y Carabanchel que entrar al Prado.

El ritmo del viaje

Mientras que el turista, parece, ve todo acelerado y cuantas más cosas mejor, el viajero siempre practicará eso que llaman slow travel. Ir despacito. Eso está muy bien, pero si vas a estar solo tres días en París, y uno de ellos en Disneylandia, más te vale que metas el turbo si al menos quieres ver los imprescindibles de la Ciudad de la Luz. Será que al viajero no le importa no acercarse al Sacre Couer si puede fumarse un cigarro (de liar, claro) en la orilla más anodina del Sena donde no haya más visitantes.

Qué destino escoger

Perdón, un viajero nunca iría a París, porque es una ciudad de turistas, deberá viajar a Perú o algún país de África o Indochina, como poco. Establecerá contacto con locales y aprenderá a tocar un instrumento raro. Se sentirá constantemente en fase de autodescubrimiento místico y compartirá frases de baratillo de algún autor tipo Paulo Coelho. Porque él, además de vivir con gesto intensito su viaje iniciático es una persona que (ojo, palabra clave) INSPIRA a otros.

Las fotos

Al viajero le repelen los selfies, supongo que porque están de moda, pero no me extrañaría que tuviese más de una autofoto antes de que éstas fuesen bautizadas con el neologismo anglosajón. En cambio, el viajero pasa horas haciendo fotos de atardeceres, naturaleza, fachadas, y cómo no, de personas.

Pero claro, esas personas que saca no son turistas, ni siquiera sus compañeros de viaje. Un viajero no sale en más del 10% de las fotos que haga. O el 5%. Sus fotografías de personas deben de ser de lugareños, pero que no vistan de Zara, que sean pintorescos y lleven, al menos, una chilaba. Si son pobres, mucho mejor, y ya si son “niños negritos que no tienen de nada pero son felices con cualquier cosa” va para nota. El cliché máximo.

Dónde dormir

Un viajero nunca se gastará la pasta en un hotelazo (quizás porque no la tenga) y prefiere alojarse en opciones más económicas como los hostels y albergues o incluso gratuitas como el couchsurfing, que además le permiten estar en contacto con locales. Una decisión que deberá restregar al resto de viajeros capitalistas que desean comodidades en su travesía. Eso sí, cuando le invitan a un cinco estrellas en un blogtrip, allá que se va…

Qué llevar

Las maletas son para los turistas, las mochilas para los viajeros. Los turistas facturan cuando vuelan y los viajeros sólo llevan equipaje de mano. Las maletas de los turistas incluyen varios “por si acasos” y alguna prenda más elegante para salir a cenar por las noches, mientras que el viajero echa una muda por cada dos o tres días de viaje, incluida la ropa interior que, por supuesto, no lavarán por el camino.

Obviamente, la ropa es distinta. Los turistas visten en el viaje como de diario, aunque a veces se disfrazan de Quechua o de Coronel Tapioca, y ahí ya se mimetizan con los viajeros, esos que siempre llevarán botas como de hacer el Camino de Santiago, aunque el plan sea ver Budapest, y que aún no han abandonado los pantalones multibolsillos que el resto de humanos olvidamos hace un par de décadas.

Recuerdos del viaje

Los recuerdos de la experiencia del viajero son sólo los que se lleva en el alma y la retina (y en sus tropecientas tarjetas SD) y jamás se acercará a una turística tienda de souvenirs para hacerse con un pipote de Pamplona, la clásica taza de I <3 NY o la camiseta de "Alguien que me quiere mucho estuvo en Cuntis y se acordó de mí". Es más, ni siquiera cruzará una calle atestada de estas tiendas, aun a riesgo de que en ella haya una Catedral.

Como mucho, un viajero coleccionará cosas excéntricas y exhibirá con gloria y regocijo los infinitos sellos que acumula en su pasaporte. Y nunca, nunca, le traerá una pashmina a su madre de regalo.

Este horror de souvenir me hizo gracia porque parece el hijo de la serie 'Dinosaurios' en versión trencadís. Que alguien me expliqué que tiene que ver con Sevilla.

Conexión, conexión

Sin embargo, un viajero no podrá dar rienda suelta a su perroflautismo en lo que a conexión a Internet se refiere. Si el turista a veces pasa de pagar roaming en el extranjero y se conforma con llamar cinco minutos a sus familiares por la noche para decir que sigue vivo, el viajero necesitará una tarjeta de datos para mostrar su viaje en todas las redes sociales habidas y por haber.

Y vosotros, ¿seguís con la tontería de turista o viajero?

Nota: Éste es un artículo de opinión en tono de humor, intenten no tomarlo demasiado en serio.

Fotos | Riding on a comet, sidelife, Niklas Bildhauer, Álvaro Onieva, zordor
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