Cinco ciudades para perderse

Llega el momento de aportar mi granito de arena en la serie que estamos haciendo todos los editores de Diario del Viajero sobre nuestros destinos favoritos. Como amante del bullicio y la diversidad de las grandes ciudades, he decidido seleccionar cinco ciudades donde me gustaría perderme (otra vez).

Después de los ‘tours’ por destinos exóticos de todo el mundo que han hecho mis compañeras, a mí me gustaría centrarme en ciudades que conozco bien, y de las que guardo un recuerdo especial. Y todo, sin salir de Europa. Preparad vuestras maletas.

Barcelona

Hay, en mi opinión, dos Barcelonas. La primera es la que todo el mundo conoce. La de las Ramblas masificadas, el encanto medieval del Barrio Gótico, los maravillosos edificios de Gaudí, la Sagrada Familia y la Fuente Mágica de Montjuïc. Sólo por todos esos lugares, la ciudad merece una visita.

Pero hay decenas de rincones maravillosos escondidos al bullicioso turismo. El Raval se ha convertido en un cruce de culturas. Un lugar donde uno puede comprar productos de China o Pakistán y acto seguido tomarse un pincho de tortilla en un bar de lo más castizo. La Barceloneta es un encantador barrio de pescadores, abierto a las rehabilitadas playas barcelonesas.

Mención especial merecen sus parques. Además del famoso y masificado Park Güell, exponente de la creatividad de Gaudí, mis favoritos personales son el Jardín de les Heures y el Parque del Laberinto de Horta, quizá los mejores lugares para dar un paseo romántico. Cuesta encontrarlos, están alejados de todo. Pero merecen muchísimo la pena.

Atenas

La capital griega es uno de esos lugares que se ama o se odia. Yo me encuentro en el primer grupo. A pesar del tráfico infernal, el ruido y el caos, Atenas tiene algo especial. Y es que pasear por la mismísima Acrópolis, donde hace milenios ya pisaban los sabios griegos, es algo que sólo se puede vivir allí.

Además de los impresionantes monumentos clásicos, Atenas tiene mucho más. El trajín constante de las callejuelas de la Atenas bizantina, parques, colinas, playas, el puerto con más pasajeros de Europa, comida deliciosa y mucho café.

Pero hay además un atractivo intangible: el carácter griego. La hospitalidad. La espontaneidad. La forma de bailar en medio de los restaurantes cuando los cantantes animan a los comensales y el vino (o el ouzo) ya han empezado a hacer efecto. Y sobre todo, la calma con la que se saborea cada instante de la vida.

Estambul

A caballo entre dos continentes. La gran capital del Imperio Romano Oriental, de los Bizantinos y de los Otomanos. La antigua Bizancio y Constantinopla es hoy una de las mayores metrópolis de Europa. Millones de personas cruzan cada día entre ambos continentes y sus calles nunca duermen.

Los lugares destacados son innumerables. La Mezquita Azul, Ayasofya (la antigua catedral de Santa Sofía), Ortaköy (bajo el puente que une ambos continentes), los imperiales palacios de Topkapı y Dolmabahçe, el Gran Bazar, el Mercado de las Especias... hacen falta muchos días sólo para visitar los básicos.

Cada noche, millones de personas (literalmente) toman la plaza de Taksim, la calle Istiklal y sus alrededores. Cientos de bares escondidos en áticos a los que hay que subir andando, decenas de ‘kebabs’ y música de todo tipo. Una recomendación personal, visitad la Torre de Leandro (o de la doncella), situada en un islote. Haced que vuestra visita coincida con el atardecer y disfrutad de un té mientras el sol cae detrás de los minaretes de las mezquitas. Una postal imborrable.

Tallinn

Perderse en el coqueto casco antiguo de Tallinn es casi imposible. A pesar del laberinto de callejuelas, uno acaba retornando siempre al mismo sitio en menos de media hora. La escena parece sacada de un cuento de hadas: las calles de piedra, las altas torres y las velas a las puertas de las tabernas y restaurantes.

La estampa resulta especialmente idílica en invierno, con la nieve cubriendo las calles y el mercado de Navidad instalado en la plaza del ayuntamiento. Sin embargo, los larguísimos días de verano, con su temperatura agradable, también resultan una elección acertada para visitar la capital de Estonia.

A pesar de no ser una gran metrópolis, la ciudad tiene una animadísima vida cultural. Ferias medievales, ópera y decenas de pequeñas cafeterías y pastelerías. En esta antigua ciudad de la Liga Hanseática, ni siquiera faltan los restaurantes de inspiración medieval.

Lisboa

Volvemos a la península para cerrar el tour. La capital de Portugal es una ciudad abierta al mar, hecho que se constata fácilmente en la Plaza del Comercio. La ciudad tiene monumentos más que interesantes como la Torre de Belém, el Monasterio de los Jerónimos o el Castillo de San Jorge.

Pasearse por los barrios lisboetas es una delicia, aunque sus cuestas requieren un buen entrenamiento. Quizá los dos mejores ejemplos sean los barrios de Alfama y Chiado (este último reconstruido tras un devastador incendio en los años 80). La ciudad tiene una animada vida nocturna. En el Bairro Alto hay decenas de locales con música en directo donde se cruzan todos los estilos.

Para salvar los desniveles, nada mejor que usar los históricos tranvías que suben pendientes inverosímiles, y por supuesto, el ascensor de Santa Justa, con más de un siglo de antigüedad y que comunica el Chiado y la Baixa. Para desplazamientos más largos, a lo mejor nos conviene utilizar el Puente Vasco de Gama, el más largo del mundo.

Por cierto, como habréis adivinado, el de la foto de cabecera soy yo, pero… ¿en cuál de las cinco ciudades que he mencionado estoy? admito apuestas :)

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