Visitando las cataratas más bonitas y elevadas de Europa

Es probablemente el lugar más ruidoso que existe a cientos de kilómetros a la redonda, situado en la localidad de Neuhausen am Rheinfall. No, no es una discoteca escupiendo decibelios a diestro y siniestro, sino las cataratas más elevadas de Europa: las cataratas del Rin.

Este verano tuvimos la oportunidad de visitarlo, y la imagen se quedó grabada para siempre en nuestras retinas.

Una obra digna de ser pintada

La entrada a las cascadas se hace por el castillo de Laufen. Tras dejarlo atrás, descubrimos un cartel con información de las cataratas en varios idiomas… y, entre ellos, oh, milagro, estaba el español. El precio de la entrada es simbólica: 2 euros.

Tras descender por unas escaleras, había un mirador acristalado con techo cubierto, lo cual estaba muy bien para no mojarse, pero lo cierto es que limita mucho el ángulo de visión. Para contemplar las cataratas en toda su bravura, no queda otra: hay que mojarse. Así que continué avanzando por una cueva hasta otro mirador sin protección. No es recomendable permanecer mucho tiempo aquí si tu intención no es ducharte. Y mucho menos tiempo hay que dedicar a la terraza que se encuentra un poco más abajo, donde el agua, helada como la Muerte, salpica con más fuerza.

Las vistas desde aquí, no obstante, son las más espectaculares. Con una caída de más de 30 metros de altura y un caudal de entre 95 litros y 1.100 litros por metro cúbico, todo parece bañado en una bruma hinchada de gotitas de agua, el río es pura energía en forma de espuma blanca, el ruido es tan ensordecedor que se recomienda no intercambiar palabra con los demás. El agua, aunque es dulce, atufa a mar.

Un par de enormes rocas resisten la fuerza descomunal del río, festoneadas de espuma blanca. Sobre las rocas ondea una bandera suiza. También cabe la posibilidad de tomar una embarcación que te transporta hasta las rocas para sentir el poderío hidrológico bajo los pies: tras ascender por una escalera, puedes permanecer en la cima de la roca, rodeado de agua embravecida saltando por todos lados.

Sobre las cataratas también discurre un puente de ferrocarril con pasarelas a ambos lados de las vías. Y en la orilla norte, también sobre la pesadilla de remolinos y sumideros gigantes, sobre borbolleos estentóreos que recuerdan a vórtices cósmicos, se alza el castillo de Laufen.

Al parecer, a partir de las 4 de la tarde o a primera hora de la mañana, las condiciones lumínicas son óptimas a fin de contemplar efectos de luz que incrementan la belleza de la estampa, como refracciones y destellos. Pero en aquel momento está tan nublado que no importa la hora que sea. Así que esperamos a que anochezca, porque entonces las cataratas se iluminan artificialmente y gana en matices. Los focos permanecen ocultos entre los árboles que rodean la orilla. Los paseos a lo largo del río también se iluminaron, lo cual infundió al lugar cierto ambiente mágico.

No me cupo duda entonces de que aquellas cataratas podrían formar parte del Dream Team de las cataratas del planeta Tierra, compartiendo estatus con las cataratas de Kaieteur, en Guyana, producidas por el río Amazonas, y que tienen una caída de 113 metros. Las cataratas de Iguazú, en Argentina, producto de una antigua erupción volcánica. Las cataratas de Yosemite, en Estados Unidos, o las Ribbon, del mismo parque. Las cataratas de Dudhsagar, en el norte de la India. Y claro, las archiconocidas cataratas del Niágara.

Se cuenta la anécdota de que Victor Hugo, tras visitar las cataratas, entró en un restaurante para almorzar. Como no dominaba en absoluto el alemán, y todos sabemos lo ininteligible que puede ser el alemán cuando no tienes ni idea de alemán, al abrir la carta optó por pedir el plato más caro: no sabía lo que era, pero así se aseguraba, al menos, que probablemente sería uno de los platos más sabrosos. El plato que escogió se llamaba Kalaische nach Rheinfall. El camarero que lo atendió le miró ceñudo: ¿no quiere usted comer, señor? Lo que había pedido Victor Hugo era dar un paseo en calesa hasta las cataratas del Rin, posibilidad que se ofrecía también en la carta del restaurante.

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