Escapada en bus a Lyon (y II): El Principito, comiendo casquería y la asombrosa facilidad para alquilar una bici

En la anterior entrega de esta pequeña escapada a Lyon, acabábamos de visitar el que probablemente era el museo sobre cine más grande en el que había estado, exceptuando los museos de la Warner en Los Ángeles. Así que ahora tocaba cambiar de manifestación artística, saltando del cine a la literatura.

El Principito

Aquí nació el Principito. Bueno, su autor: Antoine Saint-Exupéry. En Rue St. Exupéry es donde nació este escritor, que inventó uno de los personajes más populares del mundo antes de partir con su avión en 1944 y perderse para siempre. ¿Se lo habrá tragado una boa gigante?

A pesar de que en las tiendas rebosan artículos relacionados con El Principito, uno de los lugares más especiales donde contemplarlo es el Fresque des Lyonnais, en Rue de la Martiniere, 2. Es una enorme fachada de un edificio pintada de forma realista como si en ella hubiese balcones donde se asoman los personajes más icónicos de los últimos 800 años de la historia de Lyon. Desde Saint-Exupéry junto a su Principito, hasta los hermanos Lumiére, André-Marie Ampere, e incluso el contemporáneo Paul Bocuse, el equivalente francés por su proyección mediática y gastronómica de Gordon Ramsey, Jamie Oliver y otros cocineros televisivos.

Alquiler de bici

Lyon es una ciudad enorme, jalonada de parques preciosos (en uno de ellos, incluso, coexiste un zoológico completamente gratuito). El transporte suburbano es muy eficiente, pero ir bajo tierra te impide disfrutar de las fachadas, las calles, los interminables paseos que bordean el Ródano y el Saona. Por ello, la mejor opción para conocer Lyon a otro ritmo, sin que vuestros pies echen humo, es usar una bicicleta. Además, todas las calles de Lyon tienen sus carriles bici, perfectamente delimitados.

Bien, ahora diréis que os da pereza. Tenéis que buscar una local de alquiler de bicicletas, firmar papeles, interactuar con gente, etc. No, aquí hay 300 puntos de alquiler automático de bicicletas urbanas. Ya, diréis, entonces habrá que sacarse un carnet, o empadronarse en Lyon, o dominar muy bien el idioma… Nada de eso. Alquilar una bicicleta en cualquier rincón de Lyon es una de las tareas más fáciles que podáis imaginar. De hecho, yo tardé apenas tres minutos en hacerlo.

En primer lugar, el menú del alquiler está en el idioma que tú escojas, incluido español. En segundo lugar, sólo tienes que introducir tu tarjeta de crédito para que te carguen 150 euros, que te serán retornados cuando devuelvas la bicicleta en cualquiera de los 300 puntos de alquiler. Y nada más, ni tarjetas especiales, ni inscripciones, ni nada. Retiras el anclaje de la bici, pedaleas, vuelves a anclarla en otro lugar, y te cobran exactamente por los minutos que has circulado. Y todo ello a un precio verdaderamente competitivo. En total, hay alrededor de 4.000 bicicletas disponibles de 3 velocidades, sin platos ni piñones, y con un cesto delantero. Se pueden alquilar los 7 días de la semana las 24 horas del día.

Cogimos una bicicleta muy cerca del Fresque des Lyonnais, y nos dirigimos hacia el norte, siguiendo la ribera derecha del Ródano, en dirección al enorme parque Tete D´Or. Algo así como el Central Park de Lyon. Con un añadido: aquí dentro hay un zoológico totalmente gratuito, integrado en la propia naturaleza. En una esplanada, también, despunta la frase promocional del turismo de Lyon: Only Lyon. Donde yo puse la X con mi cuerpo.

Llegar hasta el parque habría supuesto una hora de camino, pero en bicicleta apenas llegamos en quince minutos. Nos cruzábamos constantemente con otros ciclistas y runners. Las vistas eran inmejorables. El ruido del tráfico apenas era audible. Y, progresivamente, alcanzábamos las afueras de la ciudad, integrándonos un poco más con la frondosa naturaleza que rodea la urbe.

Gastronomía típica

A no ser que tengas la cartera muy abultada o estés dispuesto a desembolsar 200 euros por un menú, la opción gastronómica más recomendable para probar Lyon vía paladar queda lejos de las estrellas Michelín, aunque probablemente resulta mucho más cercano, local e interesante. Son los llamados bouchon, restaurantes típicos decorados a la antigua usanza, con típicos manteles de cuadros, y platos copiosos y muy calóricos. Aquí toda la comida parece proceder de la marmita en la que se cayó de pequeño Obélix.

No en vano, el término de bouchon procede de bouche (boca), y hace referencia a los muñecos de paja que se situaban antiguamente en algunos establecimientos en los que se servía vino y que mantenían la boca muy abierta. Y es que hay que tener la boca abierta para acabarse los platos de un bouchon.

Los lyoneses son muy puristas con los bouchon, así que incluso cuentan con una lista de los bouchon verdaderamente auténticos, como Chez Georges (Rue du Garet, 8) o Chez Paul (Rue Major Martin, 11). Eso sí, tened cuidado. Los bouchon auténticos no abren sábados y domingos, y los días de cada día suelen estar siempre completos: se aconseja reservar. Yo escogí uno de ellos: Daniel et Denise, que hacía poco había sido galardonado con el premio al mejor bouchon de Lyon. Sin embargo, en vez de probar el tradicional, probamos uno que estaba en el Viejo Lyon que tenía maneras un poco más modernas, y que el chef Joseph Viola había abierto posteriormente debido al éxito del primero (y a que conseguir mesa en él es como encontrar un trébol de cuatro hojas): Daniel et Denise Saint Jean.

Algunos de los platos que debéis probar sí o sí tienen que ver, esencialmente, con la casquería. Andouillete, una salchicha elaborada con la parte del intestino y el estómago del cerdo que suele prepararse a la parrilla y se consume acompañada de mostaza. Quenelle: aspecto similar a una salchicha pero está confeccionada a base de sémola de trigo o harina y mezclada con huevos, mantequilla y leche. Y, para abrir apetito, ensalada lyonesa: más que una ensalada parece un plato combinado, porque lleva lechuga, tocino, queso parmesano, huevo, trozos de pan y una salsa vinagreta.

Con el buche lleno, hasta casi reventar las costuras de la ropa, al anochecer tomamos nuestro iDBUS desde Lyon en dirección a Barcelona.

Fotos | Sergio Parra

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