Embajada Samarcanda. Uzbekistán. Museo Savitsky

Estoy en el extremo noroeste de Uzbekistán, cerca de la frontera con Kazajistán. El pueblo se llama Nukus, un arrabal feo, reseco y antipático en mitad de la nada. Sin embargo vale la pena visitar la población y quedarse unos días porque aquí se puede encontrar una auténtica joya escondida que es además un gran testimonio de valentía personal: El Museo Savitsky. Fundado en 1966, reúne más de 90.000 piezas. Ubicado en un edificio cuadriculado, de ángulos muy rectos y precisos. Delante hay una descuidada plaza donde prácticamente no crece ninguna vegetación. Traspaso las puertas y encuentro que el interior es limpio y el ambiente fresco. En un panel se ven fotografías de todas las altas personalidades del mundo entero que han venido a visitar este lugar. Descubro a Miterrand y a Bono, el cantante de U2, pero no consigo identificar a ningún personaje español. ¿Qué puede justificar que un presidente de la República Francesa o una estrella del rock vengan hasta este erial en mitad de un erial?

Paseo por las salas de altos techos y amplio espacio. Este lugar es asombroso. Hay muestras arqueológicas halladas en el subsuelo local, tradicionales manufacturas uzbecas, esculturas antiguas de Persia y Egipto, e incluso alguna talla medieval francesa. Llaman la atención algunos cuadros de comienzos del siglo XX que retratan a los pescadores, al Mar de Aral y a su inmensidad azul. Son como retratos de un difunto. Sin embargo, lo que realmente impresiona es el repertorio de dibujos y pinturas de las vanguardias artísticas de los años 30, 40 y 50 que trataron de sobrevivir durante la época soviética. El museo representa el esfuerzo de Igor Savitsky, pintor y arqueólogo ruso nacido en Kiev. En los cincuenta se trasladó a Nukus. En aquellos años muchos artistas del norte viajaron al Asia Central persiguiendo la inspiración que una realidad gris les negaba. Nombrado responsable del Museo Estatal en 1966, Savitsky tuvo oportunidad de buscar objetos para su exhibición. Inicialmente se limitó a los descubrimientos arqueológicos y las piezas de etnografía local, pero poco a poco se fue interesando en el arte moderno.

Comenzó así una arriesgada actividad. Igor Savitsky asumió la misión de coleccionar el arte prohibido de la Unión Soviética. Para los artistas cuyas obras perseguía, el juicio por mantener un criterio personal no había sido una mala crítica o el desdén de los colegas, sino la cárcel, los campos de trabajo o la muerte. Esto fue lo que le ocurrió al pintor V. Lysenko nacido en 1903. Declarado culpable de fomentar la contrarrevolución con pinturas tan superficiales como El Toro, pintado en 1929 y hoy emblema del museo. Su arte no pretendía romper más cadenas que las de la fealdad ni matar más burgueses que los de su propia ceguera acomodados. Pero para los comisarios políticos, todo pincel y toda pluma debían estar al servicio de la causa socialista. Cualquier camino alternativo era el de la contrarrevolución, la prisión y la fosa colectiva. Se ignora la fecha de la muerte de Lysenko.

Igor Savitsky también corría el riesgo de ser denunciado como enemigo del pueblo. Pero su desértico y pobre refugio en el noroeste de Uzbekistán le protegía de los comisarios. Nukus es un invernadero demasiado caliente y aislado como para que nadie se preocupase de lo que allí pasaba. Tuvo más suerte que sus artistas y al final de sus días fue condecorado y reconocido por los gobernantes del nuevo Uzbekistán, quienes, como ocurre en el resto de repúblicas centroasiáticas, son los mismos del periodo soviético. Paseando por sus climatizadas salas y contemplando la belleza de sus obras me vino a la memoria aquel chiste de Dali sobre otro famoso pintor cubista. El gran cuerdo de Cadaqués dijo un día, probablemente ya harto de que le preguntaran por su relación con el malagueño: “Picasso es un gran pintor, yo también. Picasso es un genio, yo también. Picasso es comunista, yo tampoco”. Delante del azulado cuadro de El Toro, imaginé que a V. Lysenko probablemente también le hubiera gustado repetir el mismo chiste sin que ello que le costara la cárcel.

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