Llevo ya muchos años veraneando en la Comunidad Valenciana y sin duda uno de sus mayores atractivos, además de sus espectaculares playas y su deliciosa gastronomía, es la posibilidad que ofrece de hacer un parón en la rutina marinera y adentrarse en sus pueblos de interior, plagados de verde y de historia. De verdad, una escapada a la tierra de la paella no está completa si no descubres al menos uno de ellos (y creedme, las opciones son casi infinitas).
Uno de los más desconocidos me recuerda un poco al llamado "Pueblo Pitufo" de Málaga. Sin embargo en este caso las calles empedradas que se deslizan entre las casas encaladas y rincones que parecen arrancados de una postal del Magreb no se trata de un lavado de cara ni de una campaña de marketing, sino que encierran siglos de historia.
Por supuesto, hablo de Chelva, un pueblo con alma morisca que tiene todos los motivos para presumir de estar declarado Bien de Interés Cultural en la categoría de Conjunto Histórico y que merece la pena recorrer palmo a palmo, incluso por fuera de su casco histórico, para descubrir las culturas que le han habitado.
Chelva, el pueblo de las tres culturas
El trazado urbano de Chelva es un crisol de culturas que se refleja en sus barrios: el barrio andalusí de Benacacira, con sus fachadas encaladas y portones de madera pintados de azul cobalto, transmite la huella morisca que marcó su origen; el barrio judío del Azoque conserva un laberinto de callejuelas estrechas que desembocan en pequeñas plazas, evocando la vida comunitaria de la aljama medieval; y el barrio cristiano de Ollerías, antigua zona de artesanos y alfareros, mantiene viviendas tradicionales y hornos que recuerdan el peso de la alfarería en la economía local. Además, el Barrio Mudéjar-Morisco de Arrabal, creado a partir del s. XIV en los “arrabales” de la ciudad amurallada, completa un conjunto que convierte pasear por Chelva en un viaje por la historia peninsular.
Visitar el pueblo es adentrarse en un verdadero museo al aire libre. Entre sus imprescindibles destacan la majestuosa Iglesia Arciprestal de Nuestra Señora de los Ángeles, de estilo barroco, y el imponente Palacio Vizcondal, antigua residencia nobiliaria que hoy acoge dependencias municipales. La Ermita de la Santa Cruz, que en sus orígenes fue la mezquita de Benaeça, conserva elementos islámicos únicos en la zona. La Casa del Consejo de la Villa recuerda el pasado administrativo, mientras que la antigua muralla de Chelva y los restos de sus portales medievales aún marcan el perímetro histórico.
Otros rincones con encanto incluyen la Ermita de Nuestra Señora de los Desamparados y la Ermita de Nuestra Señora de la Soledad, ambas fuera del núcleo urbano, perfectas para una excursión corta y con excelentes vistas. El Refugio de la Guerra Civil ofrece un testimonio conmovedor del siglo XX, y los lavaderos comunales y la Plaza de Toros hablan de tradiciones que han perdurado durante generaciones. No hay que olvidar La Dula, antiguo espacio comunal para el ganado, que recuerda la vida rural de otros tiempos. Como veis, aquí hay mucho para ver y para aprender mientras admiras un pueblo bellamente conservado en donde, además de sus construcciones milenarias, el azul (o "azulete"), y el blanco son los protagonistas.
Pero no todos los tesoros de Chelva están en el perímetro urbano: a las afueras se alza el impresionante Acueducto de Peña Cortada, una obra romana que atraviesa barrancos y túneles excavados en la roca, ofreciendo una ruta de senderismo de gran belleza.
Completan la experiencia rutas como la Ruta del Agua (otra diferente a la de Guadalajara), ideal para disfrutar de los paisajes de ribera. Este itinerario turístico de trazado circular tiene una duración aproximada de dos horas y se puede rematar de forma sublime en parajes tan singulares como la Playeta, un sitio con cascadas, ideal para disfrutar refrescantes aguas del río de Chelva.
Imagen | Comunitat Valenciana
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