¿Cómo nació la costumbre de enviar o comprar postales mientras viajamos?

¿Cómo nació la costumbre de enviar o comprar postales mientras viajamos?
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Las postales se han convertido ya en recuerdos turísticos en toda regla. Y también son una manera de dar envidia a nuestros amigos y familiares cuando estamos viajando.

El servicio de correos británico, por ejemplo, estimaba que durante el verano de 2009 se enviaron unos 135 millones de postales. Los cinco primeros lugares desde donde se enviaron fueron: Brighton, Scarborough, Bournemouth, Blackpool y Skegness. Si os fijáis todos son poblaciones costeras, pero ignoro si existe alguna razón sociológica que lo explique.

En cualquier caso, las postales no se inventaron originalmente para dar pábulo al turismo sino para facilitar una manera rápida de mantener el contacto entre las personas, independientemente de si estuvieran viajando o no. Las postales, pues, en su día fueron como el correo electrónico. Para que os hagáis una idea de que esta comparación es perfectamente legítima: entre 1905 y 1915, solo en Gran Bretaña se enviaron más de 2 millones de postales al día. ¡2 millones!

Y es que, tal y como sucede con el correo electrónico, las postales iban muy rápido. Se repartían los siete días de la semana. Hasta el punto de que era posible organizar y confirmar una cita por la tarde si se enviaba una postal a primera hora de la mañana.

A finales del siglo XIX, la Unión Postal Universal reguló el formato de las postales. Se recomendó que sus dimensiones fuesen: 9 x 14 centímetros. En España, desde el año 1890, la imprenta más prestigiosa fue el taller de fototipia "Hauser y Menet", de Madrid.

Esta “postalitas” o “postalmanía”, como se conocía en aquella época, no fue exclusiva de los ingleses sino de medio mundo. Si bien las postales empezaron a usarse en la década de 1870, su época dorada fue entre 1901 y 1907, porque fue fuertemente impulsada por tres factores: los avances tecnológicos de la impresión que facilitaban la impresión a color de imágenes de calidad y a bajo coste; la eficiencia de los servicios de correos (enviarlas solo costaba 1 centavo en EEUU y 1 penique en Gran Bretaña); y las mejoras del transporte público.

Ya entonces empezó a ser común enviar postales desde lugares espectaculares, que de algún modo probaran que habíamos estado allí, como la Torre Eiffel de París o el parque de atracciones de Coney Island en Nueva York (un día en particular de 1906, por ejemplo, se enviaron nada menos que 200.000 postales solo desde Coney Island).

Y también como sucede con el correo electrónico, empezó a desarrollarse el spam de postales, tal y como explica John Lloyd en El nuevo pequeño gran libro de la ignorancia:

La publicidad vio rápidamente los beneficios de las postales, y la mayoría del tráfico de postales del siglo XIX se convirtió en una especie de spam que ofrecía bienes y servicios no solicitados. En 1906, Kodak presentó la cámara fotográfica plegable 3-A, con negativos del tamaño de postales y una obertura que permitía rascar un mensaje directamente sobre los mismos. Así, la gente podía imprimir sus propias postales, del mismo modo que ahora enviamos archivos adjuntos.

A pesar de que la edad de oro de las postales ya naufragó con la llegada del teléfono y el estallido de la Primera Guerra Mundial (un 75 % de las postales estadounidenses se imprimían Alemania, cuya industria de la imprenta quedó destruida), seguimos enviando postales para dar envidia o sencillamente las compramos para guardar como recuerdo. O porque las imágenes que muestran están tan bien tomadas, resultan tan idílicamente perfectas en comparación con las que tomamos con nuestra cámara, que finalmente nos rendimos a ellas.

Si os apetece echar un vistazo a postales antiguas, no os perdáis este sitio.

Foto | CARLOS TEIXIDOR CADENAS

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