Un paseo por Zúrich para suprimir algunos prejuicios sobre la ciudad
Yo siempre había creído, mayormente por lo reflejado en las películas de Hollywood, que Zurich era una ciudad grisácea, de altos edificios cuadrados e innumerables bancos, sobre todo bancos, como en una pesadilla kafkiana.
Sin embargo, aunque es cierto que hay una parte de Zurich que responde a este estereotipo, Zurich también es una ciudad entrañable, con un casco antiguo medieval encantador, lleno de rincones inolvidables: el Altstadt.
Prejuicios fuera
Además de ostentar el primer puesto de la mejor ciudad de Suiza en diversos estudios que tenían en cuenta el nivel de criminalidad, el respeto al medio ambiente, la eficacia de los transportes o la percepción subjetiva de calidad de vida en general de sus habitantes.
Otros estudios, como el Índice de Calidad de Vida en las Ciudades Globales, que escanea 215 ciudades clasificándolas según 39 criterios, consideran Zurich como la mejor ciudad del mundo para vivir. Ginebra es la segunda clasificada, y Berna es la novena.
Es decir, que yo, al contemplar Zurich, veía cosas que no estaban allí generadas por mis prejuicios, por mi inconsciente, por el piloto automático del cerebro. Lo mismo que sucede con las imágenes de Hermann Rorschach, uno de los hijos más famosos de Zurich, nacido en 1884. Rorschach fue un importante psiquiatra que se especializó en el psicoanálisis, para el que elaboró el conocido test que lleva su nombre, por allá el 1921. El test está diseñado para evaluar la personalidad del paciente, y consiste en mostrar 10 láminas pintadas con manchas de tinta simétricas (obtenidas plegando las láminas).
Así de ambivalente podía ser Zurich, cuna de bancos y de barrios medievales trufados de historia. Como si tuviera dos personalidades, a lo Jeckyll y Mr. Hyde. Y esta bipolaridad no sólo concernía a su aspecto, también se producía en la cultura y en el arte. Aunque Suiza era de tradición mayormente racionalista, cartesiana y fundada en la Ilustración, en Zurich también se desarrolló uno de los movimientos culturales más heterodoxos del siglo XX: el dadaísmo.
Pasear por la parte vieja de Zurich es como viajar en el tiempo. Todo continúa siendo asombrosamente pintoresco. Sobre todo si estás a la vera del lago Zürichsee, surcado por barcos impulsados por vapor, o del castillo medieval de Rapperswil. También hay zonas verdes que parecen pulmones capaces de abastecer de oxígeno a toda Europa, como el Jardín Chino (o Jardín del Emperador), que está situado entre Bellerivestrasse y Blatterwiese, y que fue un obsequio de la ciudad china de Kunming a Zurich, dado que ambas son ciudades hermanadas.
Fue inaugurado en 1994. Todo el jardín está rodeado de una muralla de color rojo, que una vez traspuesta, permite que te sumerjas en un ambiente puramente oriental: hay bambú, pinos y cerezos, plantas que los chinos consideran amigas del invierno, y además cuenta con una montaña artificial, esa clase de montañas que parecen jorobas de camello y que se estilan tanto en la orografía china. Con todo, cuidado, la entrada no es gratuita, y el horario de apertura es de 11 de la mañana a 7 de la tarde.
Para finalmente sacarme de encima la idea de Zurich como ciudad gris y aburrida, aquella noche pasee por la zona de Niederdorf, un dédalo de calles estrechas atestadas de bares, restaurantes y tiendas de ropa juvenil o alternativa. A aquellas horas, prácticamente todos los suizos que se cruzaban conmigo no superaban los 25 años de edad. Todos altos, rubios y con una clara disposición a pasarlo bomba.
Así pues, Zurich no sólo es la ciudad de las finanzas, sino también un refugio medieval de artistas, políticos y escritores.