Cataluña es una tierra de contrastes, tan rica en patrimonio natural como en tesoros arquitectónicos. En pocos kilómetros se pasa de acantilados que parecen creados por la IA a bosques espesos, de masías centenarias a pueblos medievales que han resistido el paso del tiempo casi intactos. En esta época del año, cuando el aire fresco anima a caminar y los paisajes parecen pintados a mano, es especialmente fácil dejarse sorprender por esos rincones que aún permanecen discretos, esperando a que algún viajero los descubra.
Uno de esos lugares es Rupit i Pruit, un pequeño tesoro medieval encaramado sobre un risco en pleno Collsacabra. Al llegar, la sensación es casi inmediata: parece un decorado de película antigua, hecho de piedra, madera y el paso del tiempo.
Las casas se alinean siguiendo la forma del relieve, como si el pueblo hubiese brotado de la roca misma. Las calles, empedradas y estrechas, obligan a caminar despacio, a escuchar la riera y a fijarse en detalles que en otros sitios pasarían desapercibidos: un dintel labrado, una puerta arqueada o una balconada salpicada de flores. Y aunque para muchos catalanes es un viejo conocido, a menudo pasa inadvertido para quienes recorren esta parte de España, pese a que bien merece hacerse un hueco (por pequeño que sea), en cualquier itinerario.
Rupit i Pruit, el pueblo que te devuelve a la Edad Media
Plaza Mayor de Rupit
La historia de Rupit i Pruit, documentada desde la Alta Edad Media, se percibe en su arquitectura compacta y en los edificios que aún definen su estampa. Entre ellos destaca la iglesia de Sant Miquel, que combina influencias románicas y barrocas y se integra con naturalidad en el trazado del pueblo. Su campanario, delgado y elegante, asoma entre tejados de teja vieja y ofrece una vista espectacular de todo el entorno.
El recorrido lleva inevitablemente a la plaza Mayor, uno de esos espacios donde se entiende la vida tranquila del pueblo: fachadas de piedra, bancos desgastados y una luz que, al atardecer, vuelve todo más cálido. Es imposible no llegar allí y detenerse a tomar algo en alguno de los bares para contemplar ese sitio en donde parece que el tiempo se ha detenido. No se me ocurre un mejor plan.
Desde allí se puede seguir hacia el carrer del Fossar, una de las calles más evocadoras del casco histórico, donde las casas parecen sujetarse unas a otras para conservar el equilibrio entre el pasado y el presente. Desde allí y descendiendo hacia la riera aparecen los antiguos molinos, sólidos y silenciosos, que recuerdan la importancia que tuvo aquí el agua como motor económico. Muy cerca se encuentra el icónico puente colgante, probablemente el punto más fotografiado de Rupit i Pruit. Cruzarlo es casi un ritual: el ligero balanceo, el sonido del agua debajo, y el caserío elevándose al otro lado componen una imagen que se queda grabada en la memoria.
Carrer Fossar
Para quienes aman la naturaleza, este pueblo tiene un regalo especial: la ruta hasta la cascada del Salt de Sallent. El sendero comienza a las afueras y se adentra en un entorno de bosques, balcones naturales y acantilados de vértigo. No es una caminata difícil ni muy extensa (poco menos de media hora), pero sí lo bastante variada para disfrutarla paso a paso. Al llegar al mirador, la vista es imponente: el agua se desploma más de cien metros en un salto vertical que, según la época, puede ser impetuoso o convertirse en un hilo elegante que resbala por la roca.
De vuelta al pueblo, la experiencia se completa con un paseo para recorrer de nuevo las calles de piedra, una comida casera o simplemente un rato sentado observando cómo la luz cambia sobre las fachadas. Curiosamente, su trazado urbano se ha mantenido prácticamente igual durante siglos, algo que explica esa sensación de autenticidad que impregna cada rincón.
Imágenes | catalunyaturisme.cat
Ver 0 comentarios