Escapando de Santiago al valle de Colchagua (I). La ruta del vino y el desaparecido tren del vino
Las lluvias se hicieron esperar este 2015 en Santiago de Chile. La cordillera que enmarca la capital del país tendría que estar nevada en ese entonces y cuando no llueve en la ciudad, no nieva en el cerro del Plomo. Declarada la preemergencia ambiental, decidí alejarme de la contaminación urbana y escaparme una temporada al valle de Colchagua.
Viajaba hacia Marchigüe, un pequeño pueblo en medio de la nada, mientras el cielo se abría y recuperaba un agradable azul intenso. Sonaba en mi cabeza la poesía de Pablo Neruda, en la tonada de Manuel Rodríguez, al tiempo que me acercaba a la VI Región de Chile.
"Saliendo de Melipilla, corriendo por Talagante, cruzando por San Fernando, amaneciendo en Pomaíre."
Como, hiciera el guerrillero de la tonada, atravesé Talagante y más tarde Melipilla. Un rato después llegué a Marchigüe y allí me instalé por unos días, explorando sus alrededores. En esta serie de entradas cuento lo que visité:
Colchagua, tierra de buen vino
Los vinos chilenos son reconocidos en todo el mundo y, dentro del país, el del valle de Colchagua tiene gran relevancia. Sus viñedos atraen visitantes que ponen a prueba la finura de su paladar con exquisitos vinos blancos y tintos. La ruta del vino consiste en recorrer las principales bodegas, siguiendo los gustos particulares, siendo guiado por algún enólogo o al libre albedrío, dejándonos sorprender por los buqués de las bodegas que vayan apareciendo por las carreteras del valle. Si no tienes mucha idea, o si llegas al valle con total desconocimiento, no te preocupes, porque mirando en Internet y con los consejos del hotel donde te hospedes será más que suficiente.
Más allá de la producción vinícola, los viñedos son un espectáculo en sí mismo: colinas relucientes plantadas con parras centenarias que van cambiando de tonalidad según la época del año, caserones coloniales que todavía se sostienen en pie, bellos hoteles, buenos restaurantes, tranquilidad, aire puro y un ambiente totalmente opuesto al urbano de Santiago. Y a escasos 150 kilómetros.
El Tren del Vino
Hasta el 27 de febrero de 2010, cada sábado había un recorrido por el valle en una antigua locomotora a vapor de cuatro vagones que era uno de los iconos de Colchagua. A apenas 35 kilómetros por hora, cubría el trayecto desde San Fernando hasta Santa Cruz. Tras el silbato y el típico sonido de la máquina a vapor comenzaba el trayecto de 40 kilómetros. Era todo un placer para el visitante: al hecho de viajar como si fuera otra época se le sumaba la degustación de vinos y productos típicos del valle. Mientras, la historia y características del valle y del tren sonaban por los altavoces.
Ese fatídico día un terremoto devastador para el país acabó con las antiguas vías del tren. En la prensa local de vez en cuando salen noticias sobre una posible rehabilitación del trazado ferroviario, pero de momento, solo nos queda el recuerdo, fotos, algún que otro vídeo y artículos de viajes, como el de mi compañera Eva.
Tren Sabores del Valle
A falta de pan, buenas son tortas. Sin la magia de la locomotora a vapor del Tren del Vino, en la actualidad existe la opción de viajar desde Santiago hasta San Fernando en el llamado Tren Sabores del Valle. También los sábados, este otro tren, mucho más moderno, hace un recorrido turístico con degustaciones de vino y traslados en bus por el valle de Colchagua.
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