
El pasado viernes 26 de abril tuvimos la oportunidad de formar parte del Barcelona Blogger Rally de hotel.info (#BCNRally), un evento que perseguía la promoción de los diez mejores lugares de la ciudad condal. Para ello, se escogieron a diez blogueros locales, entre los que me encontraba, para reportar en vivo, vía Twitter, acerca de los rincones más personales, acaso esos lugares que no siempre figuran en las guías de viaje al uso.
Para llevar a cabo esta retransmisión en directo de nuestro periplo, la compañía GoCars Barcelona puso a nuestra disposición cinco mini coches turísticos. Cada vehículo estaba representado por dos blogueros: @rosergoula y yo, @SergioParra_ formábamos parte del Equipo 4: Sants).
El resto de equipos eran los siguientes:
- Equipo 1 – Raval: BCN Cool Hunter
- Equipo 2 – Sagrada Familia: AnotherBCN / Diario de a bordo
- Equipo 3 – Sant Andreu: Una vida en mil viajes / Viajando Por
- Equipo 5 – Barceloneta: La meva Barcelona
Aquel viernes de finales de abril, el cielo no estaba, como es costumbre en Barcelona, lustroso y henchido de color, sino que tenía un aire crepuscular más propio de Londres. En cualquier caso, recorrer las calles de Barcelona en GoCar no revistió ningún problema, pues nos facilitaron un modelo eléctrico completamente techado (casi un huevo con ruedas futurista) que llamaba continuamente la atención de la gente: a veces, más que visitar las atracciones de la ciudad, parecía que la atracción éramos nosotros mismos. Ideal para hacer amigos. Como pasear el perro pero multiplicado por mil.
Recorrer una ciudad en GoCar tiene algo diferente, aunque en apariencia no lo parezca. Recibes tantos inputs de una Barcelona tan llena de cosas que ver que en ocasiones me descubrí a mí mismo girando la cabeza de uno a otro lado con los movimientos espasmódicos de una gallina. Sin embargo, una de las ventajas principales del GoCar eléctrico es que el motor no hace ruido, absolutamente nada de ruido, lo que permite poder charlar con tu acompañante sin que su voz te llegue ligeramente ocluida por el rumor del motor; aunque también te obliga a avisar a los paseantes con un discreto pitido bitonal para que se aparten a tu paso.
Los lugares que decidimos visitar los escogimos, a medias, entre Roser y yo, así que ella me enseñó una parte de Barcelona que desconocía, y viceversa: la ciudad tiene tanto que enseñar que difícilmente puedes dejar de asombrarte con cada nuevo descubrimiento. Usábamos el móvil como GPS, mientras twitteábamos todo cuanto veíamos, hacíamos fotos, intentábamos conocernos un poco más y avisábamos con el bip-bip bitonal a los peatones. Para matarse, lo sé. Pero fue divertidísimo. Sobre todo cuando entrábamos en algún local, sin apenas hablarnos, y, como dos autistas, pedíamos alguna especialidad, la engullíamos rápida y silenciosamente, y twitteábamos y fotografiábamos la experiencia para que nuestros seguidores pudieran participar en aquel viaje. Aunque fuera vicariamente.
El recorrido fue tal que así:
Describir el Passatge, con todo su lujo y oropel, se me hace un mundo. De hecho, describirlo como un simple restaurante sería tan injusto como describir la belleza de unos ojos tal que así: blanco, marrón y negro, de fuera a adentro. El Passatge es esa clase de lugares en los que no puedes evitar el andar con cierta elegancia versallesca, a lo cual contribuye sobremanera la atención y hospitalidad exquisitas de su personal. Bueno, quizá exagero un poco porque soy muy impresionable (no en la atención del personal, sino en lo otro): el restaurante está diseñado para ser confortable y cálido, y además, al mediodía, ofrecen un menú muy asequible para el bolsillo medio. El resto de atraer a comensales que no estén hospedados en un restaurante de hotel es una tarea difícil, pero estoy convencido de que lo irán consiguiendo a poco que se descubran alguno de sus platos.
Para nosotros prepararon una serie de platos pequeños para compartir, a fin de que tuviéramos la oportunidad de probar el máximo de especialidades posibles. Sin duda, el plato estrella fueron las bravas elPassatge, que tenían tal cantidad de ingredientes y detalles en su preparación que la memoria no me permite reproducirlos (y el chef responsable, que tuvo la amabilidad de detallarnos el proceso, seguro que prefiere que mantengamos el secreto). También probamos una ensalada de ventresca, jamón ibérico con pan con tomate (estamos en Cataluña, of course), mejillones con mantequilla de hierbas al vapor, un surtido de croquetas de jamón, sobrasada, espinacas y bacalao… y el postre.
El postre merece un renglón aparte. Junto a las bravas, mi parte favorita de la cena. Era una verrine de frutos rojos y crumble. Capas y más capas en un vaso. Capas que descubrían nuevos sabores. ¡Incluso una de las capas estaba compuesta de Peta Zetas! Aún lloro cuando lo recuerdo. Fue como excavar vía paladar los diferentes estratos de un planeta dulce, nada que ver con aquello tan aburrido del núcleo, nife, corteza y demás que nos enseñaron en el colegio.
Finalmente, pasamos al bar, donde nos ofrecieron barra libre durante dos horas, lo que nos permitió departir un poco más y conocernos entre nosotros. Como en toda reunión social de este estilo, los presentes gravitaban en un complejo sistema de grupos concéntricos y grupos meta-adyacentes. Lo típico, vaya. Lo que sí recomiendo vivamente es el mojito sin alcohol (al que se le ha añadido, en sustitución, zumo de manzana). Al poco de dejar probarlo a otros bloggers, estos no tardaron en pedir uno. Sin duda uno de los descubrimientos de la noche.