Todas las cosas que me atreví a hacer en Altos Pirineos: blogtrip LourdesPyrenees (y II)

Todas las cosas que me atreví a hacer en Altos Pirineos: blogtrip LourdesPyrenees (y II)
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Tal y como os explicaba en la primera entrega de este post, en mi viaje al Haute Pyrénées (Altos Pirineos), en la frontera franco-española, me atreví a hacer muchas cosas que, sobre papel, no me convencían en absoluto. Como hacer de Rambo o Tarzán entre montañas, colgado de unos arneses. Pero lo hice.

Y también hice muchas otras cosas, aún más adrenalínicas, que os contaré a continuación, y que ponen de manifiesto que en este departamento del Midi Pyrenees no sólo hay lugar para peregrinar hasta Lourdes y encender una vela, sino también para muchas otras actividades.

Trotinette

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Amanecimos pronto en el Hotel Mercure Sensoria, y nos dirigimos hacia el valle de Louron, un lugar al que, nada más llegar, dices “espera… click derecho… guardar como… en la carpeta JPG de paisajes bonitos… aceptar”. Concretamente, ascendimos hasta 2 mil y pico de metros para lanzarnos, desde allí, hasta el valle en un artefacto llamado trotinette que, a grandes rasgos, en un patín de montaña (ergo, una resistente bicicleta de 25 kg de peso dotada de ruedas de motocross y carente de sillín).

En Hotel Mercure habíamos desayunado fuerte, así que energía no nos faltaba. Si acaso, al menos al que suscribe, le faltaba un poco de valor. Sobre todo porque mis experiencias en bicicleta de montaña no habían sido, dicho eufemísticamente, demasiado halagüeñas. Pero oye, nada que ver. El viaje de descenso fue mucho menos difícil de lo que hubiera imaginado. Los frenos iban de maravilla. Y la libertad de recorrer caminos de tierra, algunos enfangados, cruzar ríos salpicando por doquier, subir y bajar, girar, torcer y frenar, en fin, fue una experiencia imborrable. La única manera de contemplar paisajes que de otro modo quedarían vedados a la vista.

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Concretamente descendimos desde la estación de Peyragudes hasta el lago de Loudenvielle. A mitad de camino, además, cruzamos una zona casi edénica en el que había tipis para pernoctar, así como una zona acondicionada para perros huskys que era como una aldea canina.

Al llegar hasta el valle, eso sí, teníamos la ropa dibujada con un rosario de salpicaduras de barro. A Pollock le hubiera encantado. Pero eso no era más que el calentamiento. Lo verdaderamente excitante venía ahora. ¡Tocaba volar!

Parapente

Valle Louron antes de saltar
El valle de Louron es un lugar reconocido internacionalmente para la práctica del parapente debido a la estupenda aerología del sitio. Sí, aerología. Cuando vuelas los caminos son de aire, los baches son turbulencias, y el buen peraltado y las curvas sinuosas se logran con una buena aerología, que se produce en valles como éste, donde las corrientes de aire caliente ascienden desde las profundidades. Además, las vistas no podían ser más idílicas: desde las alturas parecía que estuvieras sobrevolando una maqueta: un lago cristalino, un pueblecito de casitas alpinas, enormes extensiones de jardín en los que niños y adultos practicaban toda clase de actividades al aire libre… pero no nos adelantemos. Primero había que volar. Cruzar el rubicón y aceptar el desafío.

Me dijeron, tal vez para tranquilizarme, que incluso había niños que se lanzaban solos en parapentes. Pero eso no me tranquilizó. También Mozart tocaba siendo niño. Y Flaubert empezó a escribir a los seis años. Y Marisol cantaba aquello de “corre, corre, caballito” siendo una niña. Pero yo no era ni Mozart, ni Flaubert, ni Marisol, sino un adulto tan cagado de miedo como un niño normal. O peor.

parapente
Confieso que estuve a un tris de no atreverme. Sobre todo durante el transcurso del viaje hasta la cima, en furgoneta, sorteando baches y vacas. Una vez allí arriba piensas: “si Dios hubiera querido que voláramos, nos habría dotado de alas”.

Sin embargo, el vuelo se realiza con un monitor y experto en parapente, y tú no tienes que hacer absolutamente nada. Sólo correr un poco por la ladera, directo al principio, y si los aires son benévolos, de repente te elevarás gracilmente. Bombardeé al instructor con toda clase de preguntas. Que si hacía mucho tiempo que hacía esto. Que si creía que el día era el propicio para volar. Que evaluara el tipo de aire de aquel día en una escala de 0 a 10, siendo 10 la excelente (y siendo también la única que yo aceptaría para saltar desde aquella altura de 1.800 metros). No sé si me engañó o no, la cuestión es que aquel descenso fue perfecto. Una experiencia que nunca olvidaré.

Quise imprimir a mis andares el aire retador de Clint Eastwood, su mirada entre desdeñosa y escrutadora. Pero no fue así. Tras dar los primeros pasos hacia el abismo, fue tal la trepidación que experimenté que apenas recuerdo nada: una elipsis me llevó de estar en posición bípeda sobre el suelo a estar cruzando los cielos. De hecho, no hubiera sido extraño que al aterrizar alguien señalara que mi pelo se había vuelto blanco, como aquellos personajes de Lovecraft que envejecían de repente al presenciar un fenómeno espeluznante.

Para consignar que, sin embargo, todo había sido real, el viaje fue registrado por una cámara go pro que el propio instructor transportaba en la punta de un bastón, que permitía una visión panorámica del paisaje y de mi careto de “sí, muy guay todo, pero espero que no haya turbulencias o empezaré a gritar como señorita de película de terror de los años 60”. Para conservar un poco mi reputación, me abstengo de enseñaros mi cara segundos antes de emprender el vuelo (era una mezcla de ojos abiertos, boca congelada y expresión de Parca a la vista), pero sí os paso el vídeo de un fragmento del vuelo en el que mantengo el tipo. En plan valiente.

Toda aquella aventura área tuvo lugar por gentileza de EPVL: Ecole Parapente Val Louron, que en todo momento velaron por nuestra seguridad y hasta por nuestra diversión, pues a los que quedaban abajo esperando la llegada de los que aún volaban les cedían prismáticos, a fin de captar alguna cara de espanto.

Mucha gente me pregunta si volveré a repetirlo. Tal vez, nunca se sabe. Aunque, de momento, y a pesar de que no me arrepiento en absoluto de haber tenido la experiencia, creo que me acogeré a lo que en la industria musical se denomina “one hit wonder”, esto es, aquellos artistas que consiguieron inmortalizar un único éxito en las listas para diluirse en el olvido. Pues eso.

Relax en Balnéa

comida
Después de tantas emociones, llegaba el momento de relajarse con una buena comida, y entrar en estado comatoso en el increíble y enorme balneario de Balnéa. Comimos en el restaurante del propio balneario, el Planétalis, donde solo sirven comida natural, orgánica y saludable.

Después recorrimos las grandes estancias del balneario en sí, como el espacio Romano, donde había una laguna de agua termal, el espacio Amerindio, donde se puede nadar a contracorriente, burbujear sobre géiseres, dormitar en un jacuzzi e incluso introducirte en una suerte de cámara ovoide en la que, al sumergir la cabeza, en tus oídos suena música relajante. Una mezcla de claustro materno y concierto chill-out.

Balneá
En el Espacio japonés hay lagunas al aire libre, con vistas a las montañas que rodean el valle. Son tres las zonas de agua de las que puedes disfrutar, a distintas temperaturas, estando una de ellas a 40ºC. Parece una temperatura muy alta, pero imaginaos estar aquí en invierno, en plena nevada, con todo el cuerpo sumergido en agua caliente, mientras los copos de nieve se derriten antes de llegar a tu cuerpo.

Además de éstas y mucha otras atracciones, Balnéa cuenta con una gigantesca zona de habitáculos para masajes. En la que tuvieron la gentileza de aplicarme un sensual masaje de aceite caliente con el que, lo confieso, casi se me cae un poco la baba.

La iglesia pintada (con diablo)

iglesia pintada
En los alrededores del valle de Louron, y arrastrando las bondades opiáceas de nuestro paso por el balneario, visitamos una iglesia del siglo XII cuya mayor particularidad es que están repletas de pinturas murales. Una de las cuales, por cierto, representa al diablo.

Lourdes

Lourdes
Pero aquel largo día distaba de concluir. Aún nos esperaba un viaje a Lourdes, posiblemente uno de los mayores epicentros de espiritualidad y peregrinación del mundo. No en vano, cada año visitan esta ciudad casi 6 millones de personas venidas de más de 140 países del mundo. En otras palabras, Lourdes es la segunda ciudad más visitada de Francia, después de París.

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Al parecer, según cuenta la leyenda, en 1858 se le apareció la virgen a una joven llamada Bernadette. Y desde entonces han sido muchos los que han creído que al acercarse a la gruta donde tuvo lugar la aparición, ya sea para persignarse o para beber o mojarse en las aguas que de allí manan, recibirían algún tipo de gracia.

Es por ello que, cada noche, todo los días del año, a partir de las 21:30, aquí puede asistirse a una sobrecogedora procesión en los que necesitados o simples creyentes caminan ordenadamente hasta el templo, portando con ellos pequeñas velas protegidas del viento por una suerte de cucurucho de papel en el que aparece estampada la Virgen. Un día laborable como aquel, un lunes de julio, allí había aproximadamente 9.000 personas.

Máquina expendedora de velas y vírgenes
Aquél es un acontecimiento sociológico, psiquiátrico o religioso (según desde el prisma que queramos contemplarlo) que, se sea o no creyente, se admita o no que de los milagros deba hacerse un show multitudinario con toda clase de negocios paralelos, se debe contemplar en directo al menos una vez en la vida. Por mi parte, one hit wonder, ¿recordáis?

Por cierto, sí, al final tomé una muestra de aquella agua en un recipiente que nos habían obsequiado para tal efecto. Soy perfectamente consciente de que aquella agua era agua normal, y que así lo certificaría un microscopio electrónico, una microsonda electrónica, un espectrómetro de masas, un difractor de rayos X o cualquier otra herramienta de análisis que se os pase por la cabeza. Pero no importaba. Los fetiches son especiales sencillamente por la ligazón emocional que nos une a él, ¿no?

Agua de Lourdes

Pero en Lourdes también se pueden hacer otras cosas, digamos, seglares.

Ascendiendo Lourdes

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Por ejemplo, una de las actividades más interesantes consiste en ascender sobre Lourdes. No es necesario encomendarse a la Virgen para ascender, sino sencillamente tomar el histórico funicular que parte desde la ciudad hasta el Pic du Jer. Algo que hicimos al día siguiente, después de pasar la noche en un hotel de Tarbes que parecía haber sido diseñado por el hermano más Glam y ochenteno de David Bowie.

Rex
Os hablo del hotel Rex. Donde pudimos encontrar iconografía de La naranja mecánica y toques psicotrónicos de algún videoclip pasado de vueltas. El Año Cero del despiporre destroyer. ¿Que exagero? Pues a ver, decidme a qué hotel habéis ido en el que el papel higiénico sea rojo, que las ventanas de la habitación cambien de color a cada poco o que el número de habitación que queda junto a la puerta sea una suerte de sable láser cruzado de leds telarañescos.

Dejando a un lado el despiporre ornamental, lo cierto es que el Rex es uno de los hoteles más lujosos en los que he estado nunca. El tamaño de la habitación es más grande que muchos pisos. Los armarios para la ropa ofrecen espacio para un escuadrón de soldados. La cama es King Size. Y el baño es todo acristalado para seguir viendo la tele panorámica mientras haces aguas menores o mayores, te pegas un baño de espuma o incluso te duchas.

Pero volvamos al Pic du Jer. Un funicular centenario te lleva hasta la cima a 1.000 metros de altitud en unos minutos. Las vistas de Lourdes no solo son de postal, sino que se ofrecen otras muchas cosas, como senderos en los que descubrir la flora y fauna del lugar (por ejemplo, unos simpáticos caracoles amarillos o unas flores exageradamente fragantes, que nuestra cicerone del lugar, Helena, tuvo la gentileza de descubrirnos con gran pasión). También existe la posibilidad de subir por un sendero hasta un observatorio. Y, por supuesto, también hay un restaurante para comer desde lo más alto de Lourdes.

Museo de los Húsares

Húsares
En Tarbes también tuvimos la oportunidad de descubrir quienes eran los húsares en un museo de reciente inauguración que, además de instalaciones cuidadas, y accesibles, tenían la posibilidad de audioguías completamente en español. Me estoy refiriendo al Museo Internacional de los Húsares, situado en un enclave privilegiado: el Jardín Massey, uno de los jardines botánicos más bonitos de Francia, concebido por el botanista Placide Massey en el siglo XIX. Para que os hagáis una idea de la buena mano que tenía Massey con los jardines, también fue Director de los jardines de Versalles.

jardín
Éste es el primer museo del mundo que presenta la historia de los húsares con objetos reales (más de 17.000 objetos) dispuestos en un total de 130 maniquíes de 18 países diferentes. El término húsar procede del húngaro “husz” que significa 20 y “ar” significa renta. Nacidas durante el siglo XVI, estas unidades se formaban a partir de los terratenientes. Cada terrateniente debía aportar a la caballería ligera un hombre por cada veinte (“husz”) que tuviera a su cargo o del que recibiera renta (“ar”). Si queréis ver en acción a los húsares, entonces no os perdáis la película de Ridley Scott (Blade Runner, Alien) titulada Los duelistas.

Además, en la planta superior del museo se puede disfrutar de una colección pictórica de procedencia holandesa, italiana y francesa del siglo XVI hasta el siglo XIX.

Y de vuelta a casa

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Y aquí acaba todo. De regreso al aeropuerto, nuestra guía todoterreno, Anna Fontan, nos obsequió con unas latas de aceite de pato para recordar las maravillas gastronómicas de este viaje. Seguro que cada vez que lo pruebe, también recordaré todos los grandes momentos vividos junto a mis compañeros bloggers. Y para cuando se termine la lata, aquí quedan estas dos crónicas del blogtrip #LourdesPyrennes. Para que ellos no se olviden, tampoco.

Hasta la próxima desde el techo de Altos Pirineos
Hasta la próxima desde el techo de Altos Pirineos

Fotos | Sergio Parra

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