¿Cómo es posible que la gente pueda andar por determinadas calles de Nueva York?

¿Cómo es posible que la gente pueda andar por determinadas calles de Nueva York?
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Fijaos, desde un punto de vista cenital, en alguna calle densamente poblada de una gran ciudad, o en uno de esos pasos de peatones en los que, tras ponerse el disco verde, salen a la carrera cien o doscientas personas simultáneamente. Visto así, más que personas semejan cardúmenes de peces. O una gigantesca colonia de hormigas guiadas por las señales químicas de las feromonas.

¿Cómo lo hacen para no chocarse entre sí? ¿Cómo consiguen avanzar si hacer largos zigzags que los condenarían a llegar tarde a cualquier sitio? ¿Qué pasa por la cabeza de un transeúnte que forma parte de un colosal sistema de individuos interactuando entre sí a velocidades que oscilan entre los 2 y los 10 kilómetros por hora? ¿Por qué la gente que nunca ha pisado una gran ciudad, frente a tal tesitura, se siente paralizada, arrollada y profundamente estresada, añorando los montes verdes de Heidi?

Para analizar realmente en lo que pasa en una calle muy transitada lo mejor es fijarnos en la ciudad de las ciudades: Nueva York. No sé si habéis visitado Times Square. Siempre está lleno de gente, a cualquier hora. Desde las alturas ni siquiera se avizora el suelo, sólo cabezas y más cabezas. Andar por allí puede ser un poco estresante incluso para alguien que proceda de una ciudad mediana.

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Para examinar a fondo todo lo que ocurre en Times Square, hemos de fijarnos en los estudios de William H. Whyte, probablemente la persona que más aprendió sobre las calles y las aceras de Nueva York. Tras publicar en 1969 su clásico de sociología, titulado The organization Man (El hombre-organización), se embarcó en el Street Life Project, un proyecto que le obligó a pasarse dieciséis años observando cómo se movían los neoyorquinos por su propia ciudad.

A través de fotografías con tomas a intervalos prefijados de tiempo y cuadernos de notas, Whyte y su equipo de ayudantes elaboraron un archivo impresionante sobre el comportamiento de la gente en los parques públicos, las aceras en horas punta y los atascos de tráfico.

Lo más llamativo descubierto por Whyte es que los peatones neoyorquinos consiguen moverse a gran velocidad incluso en horas punta, sin tropezar con los demás viandantes. Tal y como escribió el propio Whyte en el libro que resume su investigación, City: “El buen peatón camina generalmente un poco desplazado a un lado, de manera que pueda mirar por encima del hombre de quien le precede. De esta manera se asegura el máximo de opciones y además, en cierto modo, el predecesor va abriéndole camino. (…) Caminan con rapidez y con habilidad. Emiten y reciben señales simultáneamente agresivas y conciliadoras, y anuncian sus intenciones a los demás por medio de señales sutilísimas.”

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Es decir, que los viandantes neoyorquinos no avanzan sin más por las calles, sino que sociabilizan con los demás de modo rápido y sutil para organizarse mejor el espacio y las velocidades disponibles. James Surowiecki también abunda en ello en su libro Cien más que uno:

Los neoyorquinos dominaban artes como “el paso simple”, que consistía en aflojarlo ligeramente para evitar la colisión con el viandante que viene en sentido contrario. Ante los semáforos, se agrupaban antes de cruzar, como protección contra la amenaza automovilista. (…) Lo que vio y nos enseñó a ver Whyte era la belleza de una multitud bien coordinada, donde una gran cantidad de ajustes minúsculos y sutiles (de velocidad, ritmo y dirección) se suma para dar un flujo relativamente fácil y eficiente. El peatón está previendo constantemente el comportamiento de los demás. Nadie le ordena por dónde ni cuándo ni cómo caminar. Cada uno decide por sí mismo lo que debe hacer, basándose en las mejores suposiciones alcanzables acerca de lo que van a hacer todos los demás. Y, de alguna manera, suele funcionar bastante bien, como si todo estuviera presidido por alguna especie de genio colectivo.

Así pues, la próxima vez que viajéis a Nueva York, o cualquier otra gigante y vibrante ciudad, no sólo os fijéis en los rascacielos o las tiendas, también vale la pena echar un vistazo a ese rara avis sociológico de masas informes de personas avanzando por doquier, como cardúmenes de peces o bandadas de pájaros en rumbo migratorio hacia África.

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