A veces, cuando viajamos, contemplamos grandes contradicciones, incluso a nivel arquitectónico. Por ejemplo, qué hacen esos hoteles con habitaciones de oro de Abu Dhabi en un país tan económicamente desigual e insolidario como es Emiratos Árabes.
Algunas contradicciones incluso llegan a la propia razón de su construcción. Es el caso de la capilla de Nuestra Señora de Rocamador, un impresionante edificio construido en Francia en el siglo XIV, en parte encaramado y en parte excavado obre el desfiladero de Alzou, cerca del río Lot, que fue construido como loa a la religión católica pero que está rebozado de unos detalles que contradicen la religión católica.
Para llegar hasta Nuestra Señora de Rocamador hay que salvar 216 peldaños labrados en caliza. Una vez llegas arriba, las vistas del valle quitan el hipo.
Imaginemos a los miles de creyentes que durante siglos subieron hasta aquí arriba. Gentes que vivían en chozas humildes que, de repente, visitaban una suerte de templo construido en las alturas. Tanta belleza, sin duda, debía avivar su fervor religioso.
Sin embargo, el buen viajero debe mirar con cuidado lo que hay delante de él. Los fieles de la época, debido a su ignorancia, no advertían que la caliza de los peldaños que subían estaban impregnados de amonites y otros moluscos fósiles de hace millones de años, lo cual contradice la literalidad de las sagradas escrituras.
Es decir, que los creyentes pisaban las pruebas que contradecían lo que creían, es decir, que el mundo se creó hace cuatro días y que la evolución es un camelo. Pruebas que tenían muchos más años que la propia capilla. Pruebas más fascinantes que la propia construcción, al menos para los científicos.
La catedral de Durham
Los guías al uso darán cuenta de los arcos románicos de suave curvatura, las altísimas bóvedas del techo, los grabados geométricos cuya perfecta simetría nos sugiere el grado de pericia de los artesanos que los han labrado, las vidrieras que casi parecen escenas cinematográficas…
Los guías con retranca deben responder lo que le respondieron al biólogo evolutivo Mark Pagel en su visita a la catedral, tal y como narra en su libro Conectados por la cultura:
Sin embargo, más que señalar a estos o a tal columna, mi guía buscó en el suelo una baldosa negra conocida como el mármol de Frosterley en honor al pueblo donde, siglos antes, habían extraído el material del que estaba fabricada. Me pidió que la mirase con detenimiento, y al inspeccionarla topé con unos corales fósiles de escaso tamaño que se habían conservado de manera exquisita en el mármol durante cientos de millones de años. Sin alzar la voz, y creo que llevado de cierto espíritu subversivo, me aseguró que eran la parte más añosa de la catedral.
Foto | Patrick Clenet | Jungpionier