Lo que hizo que un pescado barato japonés se convirtiera en una carísima delicatessen

Lo que hizo que un pescado barato japonés se convirtiera en una carísima delicatessen
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El precio de las cosas no siempre está asociado a su coste real: por ejemplo, el uso de Google es gratis y probablemente es una de las herramientas más importantes en la vida cotidiana de la mayoría de gente. Por otro lado, las modas, la escasez u otros factores sicosociales provocan que productos que antes eran carísimos sean ahora baratos, y viceversa.

Un buen ejemplo de ello es la sal, que en el siglo IV costaba su peso en oro, literalmente. O los tulipanes, que en el 1637, en Holanda, costaba cada uno de ellos 10 veces el salario medio anual. Pero hoy quiero hablaros de Japón. Y de uno de sus pescados más caros y famosos. Un pescado que, en realidad, es uno de los más baratos y abundantes que hay.

Seki saba, pero ¡qué barato-caro eres!

japon
Por un momento, trasladémonos a Japón, concretamente a 26 km de la isla de Kyushu, donde se encuentra el bonito canal de Bungo, allí donde las aguas del Océano Pacífico convergen con el mar interior Seto.

En el ámbito cinematográfico, el canal de Bungo es conocido por su papel en la película Run Silent, Run Deep (en español Torpedo), una película de 1958 sobre submarinos de la Segunda Guerra Mundial dirigida por Robert Wise y protagonizada por Burt Lancaster y Clark Gable.

Hasta finales de 1980, los pescadores iban hasta allí para pescar una pequeña caballa de color rosado grisáceo que se llama seki saba. El seki saba es un pescado tan abundante y de sabor tan mundano que, desde siempre, ha sido considerado por los pescadores como comida para pobres.

Por ejemplo, hasta 1987, la unidad de seki saba se vendía por 1.000 yenes (unos 10 euros). De hecho, era tan barato que muchos pescadores apenas le encontraban rentabilidad al negocio de pescarlo.

Sin embargo, en 1998 pasó algo que lo cambió todo. Y de la noche a la mañana, el mundano seki saba se convirtió en una delicatessen, en una pieza tan codiciada que su nombre ya podía escribirse con letras doradas junto a Christian Dior, Thifannys o caviar. Sólo en ese año, esta caballa para pobres elevó su precio en un 600 %.

El secreto no podía ser más simple: seki saba se había convertido en una marca, tal y como explica Martin Lindstrom en su libro Buyology:

En 1998, el gobierno japonés confirió al seki saba un certificado oficial que atestiguaba la superioridad del pescado en sabor y calidad. Y ese sello por sí solo fue suficiente (en un país de casi 125 millones de habitantes) para transformar la percepción popular hasta el punto de que pudo justificar un aumento del 600 % en su precio. (…) Primero, Okamoto convirtió en marca el nombre Seki, con lo cual creó una asociación entre el pescado y la región de Saganoseki donde se conseguía. Posteriormente, redactó una serie de reglas para saber qué pescado es un aunténtico seki saba y cuál no. De acuerdo a estas nuevas reglas, solamente el saba pescado con cañas puede calificarse como seki saba, puesto que los peces atrapados con redes tradicionales resultan demasiado maltratados.

También los mayoristas deben comprarlo a ojo, para evitar la manipulación excesiva, así que no se conoce nunca del todo ni su peso ni su medida. Y al pescarse se debe matar con una técnica local conocida como ikejime, que consiste en perforarlo cerca de las agallas y la cola para drenar toda la sangre de manera limpia.

Nos gusta lo especial

El seki saba también puede venderse tan caro porque a la gente le gusta lo especial, lo exclusivo, aunque no haya ningún motivo racional para que sea así. Por ejemplo, un vino nos parecerá mejor al paladar si es más caro, con independencia de que previamente hayamos probado una copa con el mismo vino pero con precio inferior.

Si sometemos el cerebro de una persona a un estudio de resonancia magnética funcional y le presentamos un producto caro, aunque su coste real sea barato, entonces se producirá una gran actividad en la corteza orbitofrontal medial, la zona donde se percibe el agrado por algo.

Ello indica que el precio influye en la percepción e incluso en el placer que sentimos al consumir un producto. Así que si viajáis a Japón no os olvidéis de probar un poco de seki saba… vuestra corteza orbitofrontal os lo agradecerá.

Fotos | Wikipedia

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