El amnésico que se perdía cada día en el mismo laberinto de Londres (y aprendía a salir de él más rápido)

El amnésico que se perdía cada día en el mismo laberinto de Londres (y aprendía a salir de él más rápido)
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Los laberintos son construcciones fascinantes. Son como geografías fantásticas que ponen a prueba nuestra memoria y nuestro sentido de la orientación. Una de las películas más inquietantes de mi infancia, de hecho (y junto a Cristal Oscuro), indudablemente fue Dentro del laberinto (de la que muy pronto quizá conozcamos un remake… espero que no).

Posiblemente el laberinto más bonito del mundo, y el más antiguo de Inglaterra, esté en las afueras de Londres. Se llama Laberinto de Hampton Court, y se encuentra en los jardines del Palacio homónimo, construido en 1514 (y que también merece una visita). El laberinto cubre una superficie de 0,13 hectáreas y contiene aproximadamente 800 metros de caminos.

El laberinto arbóreo de Hampton Court fue diseñado y plantado por George London y Henry Wise para Guillermo III de Orange. Su estructura compleja supera los cuadrados y círculos clásicos para originar un trapezoide con la entrada en el lado menor, un complejo recorrido que en general lleva un sentido espiral hasta el centro.

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El amnésico que se perdía

Los laberintos también son herramientas muy útiles para los investigadores del cerebro. Y no solo con la ratas, también con humanos, como en este caso en el que se sometía a un hombre amnésico crónico al mismo laberinto, el de Hampton Court, una y otra vez.

Allí es donde depositaban a un amnésico provisto de un silbato, que debía perderse hasta que llegara al centro. Cuando eso pasara, el amnésico debía soplar su silbato.

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La operación se repitió durante varios días, y los investigadores cronometraron lo que el amnésico tardaba en llegar al centro del laberinto. Tal y como explica Joan Ferrés i Prats, profesor de Comunicación Audiovisual en la Universitat Pompeu Fabra, en su libro Las pantallas y el cerebro emocional:

Pese a que no recordaba haber estado antes allá, el tiempo que tardaba en llegar al centro era cada vez menor. Aunque no era consciente de la acumulación de experiencias, iba aprendiendo. Con el paso del tiempo, y sin recurrir a la memoria explícita, iba construyendo un esquema mental que le habilitaba para moverse cada vez con mayor solvencia por el complejo entramado del laberinto.

Visita

Si estáis interesados en visitar este facinante laberinto que ha sido objeto incluso de investigaciones neurocientíficas, aquí tenéis todos los datos que necesitáis para organizarla.

Fotos | Steve Cadman | TreasuryTag

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